miércoles, 9 de diciembre de 2015

HISTORIAS DE NAVIDAD

Cuando colocaron frente a mi mano indecisa  la carta de  libertad condicional se me hizo un nudo en el estomago, por un momento pensé en no firmar pero las ganas pudieron mas que la razón.

Saliste por el portón de mil barrotes bajo la escolta de tres guardias, con la manos en la espalda aun con las esposas atando a tu espíritu, mis ojos se llenaron de lagrimas de confusión mientras mi boca  por lo bajo mascullaba tu nombre sin poder contener una ligera sonrisa.
Mientras te entregaban tus objetos y peinabas tu pelo enmarañado, apenas volteaste y con desdén ensayado  miraste hacia donde yo te esperaba, torciste los labios  y tus ojos traspasaron mi cuerpo tembloroso que se rompió en cientos de pedazos.

Cuando estuviste frente a mi, ya sin esposas, con un penetrante olor a encierro,  te inclinaste, con las manos callosas me tomaste con fuerza de los brazos, apretaste los dientes con vehemencia como solo lo hace quien nace fruto de la violencia y susurrando me advertiste cuantas ganas tenias; ganas de jalar mi cabello, arrancarme la ropa,  golpearme contra la pared, arrinconarme y hacerme el amor una y otra vez para sacarme -a la fuerza, si era necesario- a todos esos amantes que se revolcaron conmigo mientras tu estabas en prisión…y sin aviso previo,  tu mano izquierda se levanto y me abofeteaste; "por los viejos tiempos" dijiste.
Te aventé las llaves del auto, se me antojaba que manejaras, siempre me gusto como lo hacías, muy tú, con el pie hasta el fondo del acelerador, maldiciendo, con violencia, al límite, sin direccionales, sin freno, sin permisos ni modales. Mientras con una mano tomabas el volante y una lata de cerveza, con la otra manoseabas mis partes recorriendo bruscamente mi cuerpo de arriba abajo y de regreso con tanta vulgar vehemencia que; abajo mi entrepierna temblaba y arriba la temperatura  subía por mis mejillas para explotar en mi cabeza.
Escupiendo cerveza me gritaste aquel plan que durante el encierro nació en tu cabeza, tu gran momento, el máximo atraco, el cierre perfecto a tu carrera. Entendí que por la cantidad de pendejadas que salían de tu hocico, que efectivamente ibas 
en serio y que si, lo tenias todo bien organizado, paso a paso, detalle por detalle, aunque me extraño que quisieras incluirme; claro, no sin antes amenazar con matarme lentamente después de golpearme, torturarme, sodomizarme  y arrancarme los brazos y las piernas  si tan solo por un segundo pensaba en volverte a traicionar.

En el Motel perdí la noción del tiempo, el dolor en la repetición  lujuriosa de juntar y confundir los sexos y los frenéticos golpeteos carnales tan violentos como arrolladores solo justificados por la larga ausencia, me hicieron perderme en la inconsciencia, el cansancio y la tensión. Mis ojos se cerraban desmayados por el fétido aroma de tu obeso cuerpo deforme junto al mío.

 En la madrugada, con una patada en la nalgas me despertaste, sin preguntar, sin avisar, tomaste  mi cabello, mi cabeza y mi voluntad; con saña animal me arrojaste de la cama azotando mi humanidad contra una y contra otra pared, con tus puños tatuaste mis carnes de color rojo morado mientras repetías una y otra vez que nadie se burlaba de ti, ni antes ni ahora, ni nunca  y que yo solo era menos que basura solo digna de tus mejores golpes. Sin pausa, con la misma saña animal que  nuestro ritual ameritaba y sin separar la violencia con el placer, volvimos a enredarnos en un combate orgásmico que nos penetraba todos los sentidos, avasallándome en una catarsis demencial y tumultuosa a la que nadie como tú me hacías llegar. Entre sudor  y gemidos  me volviste a repetir tu plan, querías que lo memorizará, que nada fallará, volvías a repetir la hora, donde me colocaría, que armas llevarías, que ropa utilizaríamos, a cuantas personas amagarías. Mientras yo me limpiaba la sangre del labio inferior, aseguraste, con la mirada fija en ningún punto, tan fría como demoníaca que yo bien conocía y afirmaste que si algo salía mal matabas a todos, después a mí y por último te pegarías un tiro en la cabeza, así, sin dudarlo, era todo o nada, tu nunca más pisarías la cárcel, advertiste.
Todo salió a la perfección, a pedir de boca, como lo maquinaste. Como en una coreografía ensayada por años,  recorrías el banco, de aquí a allá, con el cuello tenso, las venas te explotaban inundadas de adrenalina, tus músculos en su máximo esfuerzo,  amagando gente, blandiendo tu arma, amenazante, esposando  policías, arrastrando al Gerente a la bóveda, sustrayendo los fajos de dinero. Mientras, desde el auto,  yo seguía con mucha fascinación todos tus movimientos,  sincronizados como en cámara lenta, perfectos, violentos... mientras en mi cerebro Frank Zappa toca Watermelon in Easter como el sound track perfecto para tu ballet, tu golpe maestro, tu obra final

... Zappa sigue tocando en mi cabeza mientras me bajo del auto, corto cartucho  y camino hacia el banco.

Y hoy sentado sobre tu tumba bebiendo whisky barato me rió de ti, de tu plan "perfecto", de tu estrategia intachable para ese último golpe donde todo trabajaba como reloj suizo, donde el mínimo detalle fue revisado, donde tu y solo tu saldrías con la victoria y a mi tu plan y tu y solo tu se me figuran tan imbéciles, mira que volver a confiar en mí, mira que nunca te paso por la mente que te podía volver a disparar y que no volvería a fallar.
¿Cómo es que no pensaste que te tenía  tanto rencor guardado como  para no matarte?
¿Cómo es que no creíste que tendría la suficiente sangre fría para sacar las bolsas con el dinero debajo de tu cuerpo y salir caminando pisando los sesos que te escurrían?
 Me rió como estúpido, escupo saliva amarga sobre tu lapida sin nombre, sin fecha, sin historia, sin indicio alguno que quien esta ahí, tres metros bajo tierra es tu asquerosamente obeso cuerpo, que  eres tu ¡maldita perra! la que comerá tierra para siempre, te pudrirás, sin dejar  rastros; para que nadie te busque, para que nadie te encuentre, sin que nadie -más que yo- sepa que tu eres la que esta tendida ahí, haciéndote pagar todos tus abusos, tus golpes y todas tus bajezas, mientras yo mal gastare tu botín en mujeres, drogas, alcohol y todo lo que tenga que ver con pecado, porque me lo merezco, porque es mi indemnización por toda una vida a tu lado y porque sé, que a pesar de todo; te voy a extrañar  y voy a necesitar olvidar, arrancarte de mí aunque me tarde toda la vida...

… Te traje tu ramo de rosas blancas que tanto te gustan, no sé me olvido, como cada año.